domingo, 25 de enero de 2015

LA VENGANZA

LA VENGANZA
Por: Maurice Nicoll  

VENGANZA Y CANCELACIÓN

Todos sabemos que el "insulto" despierta la sed de venganza y no se preocupa en absoluto por la cancelación.

Porque, debido a ello, cancelar es matar al otro y no ver la misma cosa en uno mismo.

Cuando se tiene sed de venganza, se está dominado por los "Yo" malvados.

Nos sugieren esto y aquello.

Si se los vigila, se llega a conocer algo de lo que está en uno.

Pero si no se lo hace, nos identificaremos con ellos.

Es mucho más fácil identificarse.

Un punto de vista limitado, procura mucho más satisfacción.

La venganza es dulce.

El Trabajo Psicológico Práctico no lo es.

Ir en contra de uno mismo nunca es dulce.

Cuando una persona se identifica de esa manera en lugar de separarse, cada uno de esos "Yo" le sugerirá que diga esto o aquello, que escriba o se comporte de esta o de otra manera.

Pero a dicha persona le parecerá que es ELLA MISMA la que piensa todo esto.

Le parecerá como si: "Pienso que diré o escribiré esto.

Pienso que escribiré aquello", o "Pienso que haré esto.

No, pienso que haré aquello".

Lo que le sucede es que ciertos "Yo"' que viven en la parte negativa de los centros se han apoderado de ella.

Simplemente, les permitió que se apoderen de ella.

Está dormida y gozando de emociones negativas.

Recorre así la parte baja de la gran ciudad de sí misma.

Ya está en las manos de gente muy desagradable.

Esos "Yo" son inescrupulosos y malvados.

Pero dicha persona no los ve.

Por medio de un ardid —y qué ardid— son al parecer ella —su pensar y su sentir—.

Los toma por ella, así le infunden sus pensamientos y sentimientos.

Se identifica con ellos.

Les dice "Yo" a ellos.

A cualquier cosa que le diga "Yo", la toma como si fuese ella y con eso está identificada.

Hace de esa cosa algo igual a ella.

Este es el identificarse.

El proceso no es deliberado.

Sucede automática e instantáneamente.

Tiene que suceder automática e instantáneamente a toda persona que toma lo que ocurre dentro de ella como si fuese ella misma.

Este misterio no se entiende.

Hace poco lo llamé un ardid.

La mayoría de las gentes no lo ven.

Algunas personas nunca llegan a verlo.

Si una persona empieza a verlo, descubre para sorpresa suya que es un ardid.

Es por cierto un ardid.

Es uno de los diversos ardides muy sencillos y muy exitosos que mantienen el misterio central de que el Hombre está dormido pero que puede despertar, y sin embargo no se da cuenta de ello.


Pues bien, estando ya, mediante el identificarse, en las manos de algunos "Yo" pertenecientes a las calles menos deseables de la ciudad psicológica de usted, si continúa identificándose, como la tonta y ciega oveja que se es con respecto a lo que ocurre dentro de uno, caerá en manos de una multitud de "Yo" aún más groseros y rudos y malvados.

No reparan en la calumnia, en incriminar a los otros y hacer uso de la violencia.

Ellos, a su vez, pueden entregarlo a los "Yo" más bajos, asesinos y malvados.

Todo esto puede y suele resultar del desenfrenado identificarse con los "Yo" negativos cuando se busca el desquite y la venganza.

Ahora bien, sólo desean una cosa.

Esos "Yo" desean dominarlo a usted y extraerle su fuerza.
Emplean como método el identificarse con ellos, de modo que su conciencia ya no puede distinguir entre usted y ellos.

Pero le recordará aquí que se la pueda adiestrar para que lo logre.

El Trabajo desea que lo haga para que no siga perdiendo la pequeña parte de conciencia que posee.

Ahora bien, el identificarse con un "Yo" es lo mismo que si un hombre de la calle se convirtiese de súbito en usted.

Es como si ese hombre hubiese desaparecido en usted, y usted no se hubiera dado cuenta de nada.

Desde luego, esto sólo puede suceder si usted es inconsciente de todo cuanto ocurre en sí mismo.

El único remedio es dejar penetrar un rayo de luz de conciencia en uno mismo.

Esto significa que es preciso observarse a sí mismo —y observarse significa ver las cosas en uno mismo y ver eventualmente que muchos "Yo" diferentes viven en uno y usan nuestro nombre y voz—.

Llegar a esta etapa de autoobservación se asemeja a ver muchas personas diferentes en la calle donde parecía que uno estaba solo.

Ahora bien, nuestros vínculos con el mundo externo son tales que cuando vemos una persona en la calle no la tomamos como si fuese uno mismo.

No decimos: "Yo soy esa persona, esa persona es mí".

Ni tampoco dicha persona puede acercarse y decir:

"Usted es mí y yo soy usted".

Tal conducta sería embarazosa.

Por cierto, nos enfureceríamos ante tal intento de posesión.

No obstante, el vínculo que mantenemos con el mundo interno de uno mismo es tal que esto sucede continuamente y no nos embaraza ni nos trastorna en lo mínimo.

El ardid obra bella, silenciosa y prácticamente, y nadie se da cuenta de ello.

En este momento está en uso en todo el mundo.

El Trabajo trata que nos demos cuenta de ello, de abrir nuestra comprensión.

Pero hasta con la ayuda del trabajo y todo lo que enseña las gentes siguen sin darse cuenta del ardid.

Claro está, si ya estamos poseídos interiormente por aquel estado de conciencia llamado Percepción dé Sí que el Trabajo nos recomienda firmemente de lograr para nuestro bien, percibiremos en seguida que tratan de engañamos cuando algún "Yo" se nos acerca internamente y dice: "Usted es mí y yo soy usted", y luego intenta desaparecer dentro de nosotros.

Nos daríamos cuenta tanto de la aproximación del "Yo" y de su intención de dominamos convirtiéndonos en él, como el príncipe de los cuentos de hadas que se convierte en una rana o Circe que convierte a los marineros de Ulises en cerdos.

Pero esta clase de magia se sigue haciendo y en todo momento la gente es convertida en lo que no es.

De seguro la isla de Circe es este mundo.

Ahora bien, como a Ulises nos fue dado un remedio desde lo alto, un contra-hechizo divino.

Es el Tercer Estado de Conciencia.

Es el Recuerdo de Sí, la Percepción de Sí y la Conciencia de Sí.

Sin embargo, no utilizamos este remedio porque no vemos la necesidad de hacerlo.

El Trabajo no es actual ni lo bastante serio para nosotros y no vemos claramente lo que nos está sucediendo.

Tenemos dentro de nosotros una cantidad de topes que suavizan las cosas.

En cuanto al Trabajo, solemos estar en un estado de ofuscamiento, de confusión y de perplejidad, día tras día.

Vamos a la deriva.

No vemos, por ejemplo, que en realidad nos domina una mayoría de "Yo" que es hostil o indiferente al Trabajo, y a toda la enseñanza del esoterismo —que nos dominan varios "Yo" a los cuales sólo alguna clase de amor propio en nosotros les impide seguir su curso lógico, o que se esconden con tanta inteligencia que no comprendemos conscientemente el verdadero peligro de nuestra situación interior.

Tenemos "Yo" que son antagónicos al Trabajo como también lo son realmente en la vida algunas personas intransigentes y mezquinas.

Tales "Yo" pueden emponzoñarnos tranquilamente.

Se pueden ocultar tras un retrato de virtud.

Si algún "Yo" lo hace, tengan la seguridad 'que es secretamente nuestro enemigo.

Poco sospechamos cuántos "Yo" son nuestros enemigos y sólo desean retener su poder sobre nosotros.

Ahora bien, la necesidad del Recuerdo de Sí se asemeja a llevar en las manos una copa de vino llena hasta el borde.

Por eso es necesario entre otras cosas notar cuando uno está andando dentro de sí mismo.

En los barrios de mala fama se corre por cierto el peligro de que le hagan caer la copa de las manos.

Por lo tanto, se estará bajo la pura necesidad de encararse con el "insulto" de una manera que no sea la del desquite mecánico y de la venganza ni la de sólo sentirse ofendido.

Porque todas estas cosas nos hacen negativos y nos llevan a los barrios bajos.

Así se pierde la oportunidad de trabajar sobre sí y se derrama una parte del vino a no ser que se encuentre la manera de entenderse consigo mismo.

Es aquí donde interviene la cancelación.

Este caso es diferente para quienes no han alcanzado aún la necesidad del Recuerdo de Sí.

Aun no llevan copa alguna.

No son los que llevan la copa.

Tratan de recordarse a si mismos ocasionalmente cuando gozan de tiempo y no tienen nada importante que hacer.

Maurice Nicoll.


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