EL AMOR DE SI Y EL
HOMBRE INTERIOR
Por: Maurice Nicoll
Buscamos el don de una
nueva calidad de voluntad, la que no conoce el resentimiento.
Reuniendo en la mente
todo lo que pertenece a nuestra memoria-trabajo personal, y todo lo que hemos
comprendido hasta ahora de acuerdo con lo que nos dice el trabajo, no tendremos
dificultad en ver que esa nueva calidad de voluntad no puede ser la misma que
la voluntad de si.
La voluntad de si se
fundamenta en el amor de si.
Este último siente
continuamente resentimiento si no se lo alaba y se lo mima.
Exige hacer su santa
voluntad y no presta atención a nadie.
Se convierte fácilmente
en quemante ira que cuesta mucho apaciguar si se carece de memoria y agilidad
mental y luego se transforma en odio y después en acciones violentas.
Las ventajas de recibir
el don de una nueva calidad de voluntad en la cual el resentimiento está
ausente son tan numerosas y evidentes que no vale la pena mencionarlas.
Pero señalaré una o dos.
Poseer una voluntad
caracterizada por la ausencia de resentimiento equivaldría a convertirse en hombre
nuevo —esto es, en otra clase de hombre—.
Tal hombre, por ejemplo,
pasaría a través del confuso entrecruzamiento de celos y ambiciones y del
enmarañamiento de las relaciones humanas, en general sin perder fuerza.
En lo que respecta a
nosotros, nuestras energías más conscientes no tardan en agotarse y nos
zambullimos en las reacciones mecánicas.
Para él la cosa sería
distinta.
En los lugares donde nos
hundimos, el sigue andando.
Dije que es otra clase
de hombre.
Hace muchos años solían
hacernos esta pregunta:
"Según su parecer,
¿a qué se asemeja un hombre perteneciente al círculo consciente de la
humanidad?
¿Cuáles son los signos
por los cuales lo reconocería?"
Naturalmente, algunos
creían que debía de ser un hombre de elevada estatura e inexpresablemente
hermoso, una figura sobresaliente con ojos oscuros y penetrantes, vestido con
elegancia y modales perfectos —y todo lo demás—.
Otros pensaban que sería
un hombre muy fuerte con enormes músculos, mandíbula sobresaliente, voluntad
inquebrantable y tremenda energía.
Algunos, más ingenuos,
creían que debía ser un hombre muy bien relacionado.
La imaginación de toda
esa gente no iba más lejos.
Ouspensky señaló que
todas esas suposiciones demasiado humanas acerca del hombre consciente se
basaban en una exageración del hombre corriente y mecánico.
Dijo que el hombre
consciente era otra clase de hombre —un hombre totalmente diferente del hombre
ordinario—.
En suma, un hombre nuevo.
Ahora bien, de acuerdo
con lo que sabemos y hemos oído, nos aventuraríamos a pensar que el hombre
consciente no se dejaría impresionar por ninguna de las manifestaciones del
amor de si tan desenfrenadas en nosotros.
En efecto, las atacaría.
Esta sería uno de los
signos por el cual lo descubriríamos.
Nos diría probablemente
de despojarnos de todas estas cosas.
Otro de los signos sería
la ausencia de resentimiento, lo cual apunta a la posesión de una nueva
voluntad.
Se ve en seguida que el hombre
consciente no tiene una voluntad fundada en el amor de si.
El hombre consciente es
el hombre que ha sufrido un cambio de ser —en realidad una transformación del
ser—.
Como lo hemos señalado
en comentarios recientes, ningún cambio de ser es posible mientras el amor de
sí permanezca sin cambio alguno; y mientras el amor de si siga siendo el mismo,
la voluntad de si sigue siendo lo que era.
Dicho hombre seguirá
obedeciéndose a si mismo.
No reconocerá
interiormente cosa alguna acerca de si mismo.
No obedecerá
interiormente al trabajo, aunque pretenda hacerlo exteriormente.
No renovará al hombre
interior porque interiormente no cree en ello.
Me extenderé ahora sobre
el hombre exterior y el interior.
Tomé estos términos en
parte de una observación de Pablo en una de sus epístolas a su grupo en
Corinto.
Está hablando de la
nueva fe aunque no había conocido al Cristo: Escribe: "Por lo cual no
desmayamos, sino que mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro
hombre interior se renueva de día en día" (II Corintios, IV, 16).
Es este renovar —o hacer
nuevamente fresco, tal como lo dice la palabra griega— del hombre interior
(eso), acompañado al mismo tiempo por el perecer —o el desgastarse— del hombre
exterior (exo), a lo cual debemos prestar atención.
Nos recuerda la
enseñanza-trabajo acerca de hacer pasiva a la personalidad y activa a la
esencia.
Mediante el gradual
descaecer de la personalidad, mediante el extraer energía de las reacciones
mecánicas, que la hacen pasiva, la esencia se desarrolla.
Esto es, la esencia sólo
puede desarrollarse a expensas de la personalidad.
Cabe relacionar la personalidad
con lo de fuera (exo) o parte externa de nosotros mismos que rodea la esencia,
y la esencia con la parte interior (eso) rodeada.
(El Cristianismo
esotérico se refiere al significado interior de lo que Cristo enseñó: el
Cristianismo esotérico se refiere al significado literal exterior y al ritual.)
Ahora bien, la esencia
interna y su comprensión sólo puede crecer a través de lo que es genuino.
La mentira la mata.
La verdad la desarrolla.
La esencia tiene un
origen elevado.
Lo que es falso
fortalece la personalidad exterior, la cual tiene su origen en la vida en la
tierra.
Nuevamente, lo que es
del amor de si no es genuino y así sólo puede fortalecer la personalidad.
Pablo dice a su manera
cómo una fe genuina renueva o estimula o da vida otra vez al hombre interior y
debilita al hombre exterior, "... mientras nuestro hombre exterior se
corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día".
Ahora bien, el trabajo
en su totalidad puede estar en el hombre exterior o personalidad.
Se logra entonces un
extraño resultado.
El trabajo, que no
proviene de la vida sino que tiene un elevado origen, en vez de conducir a un
desarrollo del hombre interior o esencia, que también tiene un origen elevado, fortalece
al hombre exterior o personalidad que tiene un origen bajo y proviene de la
vida.
Tal persona parece creer
todo lo que el trabajo le enseña aunque suene pequeño.
Y puesto que en tal caso
no puede haber renovación del hombre interior (de día en día), no le es
concedido el renovarse desde dentro.
El trabajo permanece en
la superficie de su mente como mera memoria y no como algo que obra
profundamente, llevando de continuo a una nueva percepción de la verdad.
Cuando Cristo se refirió
a las gentes que se asemejaban a sepulcros blanqueados era para decir que lo de
fuera no corresponde a lo de dentro.
Cristo dijo: "! Ay
de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a
sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más
por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia"
(Mateo, XXIII, 27).
Hemos de mirar,
entonces, la calidad del hombre interior.
Hablé sobre este
particular en el último comentario.
Es un ejercicio muy
necesario y práctico, tal como el de practicar la ausencia de resentimiento.
¿A qué se asemejarían
ustedes si los despojasen de lo externo y sólo quedara lo interno?
¿Qué hay tras la pulida
fachada?
Si un hombre siguiera
siendo el mismo después de haber sido despojado, podría felicitarse de haber
desarrollado la esencia.
Mucho me temo que lo que
exhibe externamente el hombre promedio tiene escaso parecido con lo que exhibe
internamente.
Pues bien, lo que cuenta
en el trabajo es lo interno y su estado —no la fachada—.
Hablando específicamente
de la relación existente entre el trabajo y el lado exterior y el interior de
una persona, hay personas que suelen decir que creen en el trabajo y hablan
bien de el y han enseñado a otros y así han hecho un bien por amor al trabajo.
Sin embargo, si se las
despojase del hombre exterior y sólo se les permitiera exponer al hombre
interior, la cuestión sería muy diferente.
Internamente no creen
una jota en el trabajo y en lo que enseña.
No tienen buena opinión
del trabajo y, en suma, lo utilizaron para producir una buena impresión
exterior en los otros, tal como la de estar bien informado, o la de conocer
todo acerca del esoterismo y otras cosas semejantes.
Lo asombroso es que no
observan sus contradicciones, una de las cosas que el trabajo nos dice que
observemos.
Siendo incapaces de
observar lo que sucede en su interior, suelen creer que creen, o se persuaden a
si mismas de ello, negándose a atisbar su interioridad por temor a enfrentarse
consigo mismas.
Ahora bien, en lo que
respecta al hombre interior en usted: cuando su conciencia de si se ha
acrecentado bastante como para permitirle ver mejor a qué se asemeja usted
debajo de las ilusiones del amor de si, entonces por primera vez se dará cuenta
por qué Cristo tantas veces y con tanta dureza dijo: "Vosotros
hipócritas."
Antes estas palabras no
tenían significado alguno para usted.
No podía creer
seriamente que el hipócrita era usted.
No podía entenderlo —a
menos de ser ayudado por una luz de conciencia complementaria—.
Pero cuando la luz vino
y el agarro del amor de si empieza a soltarse mediante algunas experiencias de
auto-observación sin ceder al auto justificarse y a la auto-conmiseración,
logró un acrecentamiento de conciencia y ya comprendió este dicho y
probablemente muchos otros.
Por primera vez tuvieron
significado para usted.
Comprendió entonces por
qué el trabajo es llamado Cristianismo esotérico —esto es, el significado
interior de la enseñanza de los Evangelios—, lo cual es imposible de alcanzar
sin trabajar sobre si, empezando con una auto-observación desprovista de
crítica o de auto-justificación o de auto-conmiseración, una palabra final:
usted puede decir que cree interiormente en el trabajo.
Tal vez sea así.
En esta cuestión es
usted su propio juez.
Pero añadiré una cosa:
¿tiene fe en su creencia?
Si no le es fiel todos
los días, como una planta, no crecerá.
Maurice Nicoll
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